Mi querida ensalada
Como ensaladas en pareja, pero no sé por qué tiendo a comerlas más en solitario. La pereza, supongo.
Con tomate y pepino los finlandeses -y rusos, y suecos...- alegran sus comidas veraniegas. Alternan rodajas de tomate y pepino y lo toman así, sin aliñar. Ni sal ni aceite, como si fuera fruta. Solo un poco de eneldo o cebollino picado por encima, aunque habitualmente nada.
A mí me parece un poco soso. A Steinbeck le desesperaba encontrar las rodajas de tomate y pepino por todas partes, desayuno, comida y cena: en todos los hoteles, en todos los restaurante, en todos los hogares. Así lo cuenta al menos en Diario de Rusia (1948), un reportaje para el New York Herald Tribune con fotos de Capa. Es un buen libro de viajes, muy respetuoso con el país, y escrito con ese estilo directo, sencillo (un poco falsamente sencillo) y elegante.
Convertí el plato de rodajas de tomate y pepino en una ensalada a mi gusto, para acompañar un bocata de jamón serrano. Está aliñada con aceite de oliva virgen, escamas de sal y eneldo fresco picado. Le añadí unas aceitunas moradas. No es una ensalada tipo plato único, pero ya es algo decente. Sin pretensiones, no hay más que verla...
Me supo a gloria. No quedaron más que los huesos de las aceitunas. Creo que porque me hace pensar en el verano y porque la materia prima era buena.
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